lunes, 22 de marzo de 2010

Breve



Hoy es un día en el que ando sensible y en el que siento una profunda pena. Tanto así, que hace un par de minutos, antes de ponerme a escribir, intenté dormir un rato para descansar y olvidar un poco. El resultado: no pegué ni pestaña.
Hace cuatro meses que partiste de aquí y cuando llega el 21 por la noche me invade la tristeza para hacerse presente el 22. Y confieso que dentro del mes a veces también. Pero es que los 22 me traen la imagen de tu despedida. Como sea agradezco haber tomado tu mano aún tibia antes de ir muy lejos de aquí.
Estaba pensando… más bien todo el día he pensado en algo que te dije creo que como en agosto del año pasado. Estábamos en un carrete, todos habíamos bebido sus buenas copas. La Cecy y yo andábamos “hipervetiladas” bailando hasta cueca. Tú conversabas con el chasca.
Pasaron las horas y decidiste quedarte. Ahí estaba el famoso colchón, ese que era para las visitas y obviamente, aunque no hubiéramos querido, dormimos juntos. Pero recuerdo que no fue eso lo pasó precisamente –no piense mal, lea primero-, nos quedamos conversando hasta que se hizo un largo silencio. Noté algo raro en ti. Te pregunté por qué no me contabas tus cosas y te dije que yo no estaba sólo para carretear y trabajar contigo. Te dije: “Eres mi amigo, por lo mismo, me importa lo que pase contigo”.
Pasó un rato, no me dijiste nada. A oscuras me di cuenta de que las lágrimas corrían por tus mejillas, mis manos a ciegas las secaron. Te dije que si te preguntaba qué te pasaba no era sólo porque fueras mi amigo, que además de eso –dicho textualmente-: “Es porque te quiero, y mucho”. Nunca medí, o tal vez no me dí cuenta del peso que depositaba en esas palabras ¿Sabes por qué?, porque desde que partiste me di cuenta de que todo lo que te dije es verdad y que te quiero mucho… mucho más de lo pensaba. Y hoy, así como yo sequé tus lágrimas, me gustaría que esta vez tú secaras las mías.

domingo, 14 de marzo de 2010

Soy donante



Creo que se me va a hacer costumbre esto de escribir sobre experiencias nuevas, como sea. Luego de la catástrofe natural que ocurrió en nuestro país quise hacerme presente de manera solidaria, como muchos chilenos lo han sido después del terremoto. No tenía dinero propio como para poder donar, en nombre de la familia obviamente lo hizo mi padre. Pero si tenía dos cosas que podía dar. Una: lo material y dos: algo que está dentro de mí.
Miré mi closet y quise ser honesta conmigo misma. En el lugar donde se cuelgan las cosas que se cuelgan, porque somos más delicadas o porque sencillamente no podían estar en un cajón, había una gran cantidad de parcas, chaquetas, ropa. En los cajones también. Entonces comencé a mirar esas prendas y pensé en que no tenía sentido tenerlas ahí, que era de pura mona porque jamás las iba a volver a usar, que había gente que en estos momentos realmente las necesitaba. Más aún teniendo en cuenta que pronto se viene el invierno y en e sur la cosa comienza antes. Así unas cuantas chaquetas y parcas, de buena marca y en muy buen estado las eché a lavar –la gente merece cosas dignas, siempre, más allá de la marca- y partieron rombo al sur junto con otras pilchas.
El día miércoles después del remezón estábamos viendo la TV con mi madre. En esos días sólo se mostraban noticias. Entonces salió un contacto en vivo donde se mostraba y además se pedía donación de sangre, dieron unos números de teléfono y los anoté en mi celular. Donar sangre es algo que siempre había pensado hacer y la emergencia me llevo a tomar una rápida decisión. Este era el momento.
Llamé a los teléfonos de contacto, me costó comunicarme hasta que un joven me contestó, me dijo: “Estamos llenos esta semana, pero te necesitamos la próxima. No es sólo para la gente que se hace diálisis. La semana que viene se van a realizar muchas operaciones…”. En ese momento lo detuve y le dije que era algo que había pensado y que por lo mismo contara conmigo. Dejé mis datos, números de contacto y a esperar. El viernes en la maña me llamaron. Quedé citada para el miércoles a las 11:15 am.
Llegó es día… Sigo, luego del gran apagón que afectó a medio Chile. Estaba un tanto nerviosa y no sé por qué salí como súper justa en la hora. Llegué unos diez minutos atrasada, pero en recepción no me dijeron nada. Una chica de lo más amorosa me dijo que no había problema, me pidió mi cédula de identidad y datos para contactarme. Eso para estar en contacto y seguir siendo donante o para comunicarte que tienes algina enfermedad que se transmita por la sangre.
Me hicieron pasar por una puerta donde una señorita me llamó con mi carnet en mano y una hoja para llevarme a la sala donde se realizan los cuestionarios privados. Me hizo tomar asiento frente a ella, muy simpática comenzó con las preguntas. Iban desde si tomaste algún remedio durante las últimas dos semanas, si tenías algún tipo de enfermedad, uso de drogas –admito que me reí cuando me preguntó di me había inyectado alguna droga. Con suerte he probado la marihuana me iba a andar inyectando, jeje-. Respecto a la marihuana le comenté que sí había consumido un par de veces, hasta en queque, pero que de eso ya había pasado como un año, u ocho meses a más reventar. Luego vienen las que tiene que ver con enfermedades de transmisión sexual y obvia respecto a la vida sexual. Confieso que es bastante intimidante hablar con una perfecta desconocida sobre lo que pasaba con mis calzones. Terminó y me dijo: “Ya, estás lista para donar, pasa por acá”.
Llegué a un mesón donde estaba un chico que me pinchó el dedo –antes de donar ya te pegan su pinchazo- para ver mi glicemia, determinar mi grupo de sangre y descartar si tenía anemia y no sé que más. Me mandaron en la misma sala al sector donde están las enfermeras y los sillones donde te acomodan. Entonces llegó una enfermera con la hojita y mis respuestas al cuestionario y mi carnet. Me saludó muy amorosa y me invitó a tomar asiento. Por cierto era uno muy cómodo. Me pidió que le pasara mi brazo izquierdo, puso un elástico bien apretado en la parte de arriba de mi brazo, casi lo asesinó, y comenzó a buscar mi vena. Mientras ella buscaba la bolsita en la que iba a quedar mi sangre y la aguja para pincharme. Era más grande de las que a uno le ponen cuando se hace exámenes de sangre, así que me asustó un poco y le dije que mejor miraba para el lado, ella me sonrío y asintió. Entonces sentí un pequeño pinchazo y al mirar mi brazo estaba lista, aunque me espanté un poco porque usualmente te introducen las tres cuartas partes de la aguja y esta que era toda gigantona estaba al tope en mi brazo. Quise llorar. No por dolor ni miedo, pero me impresionó un poco. Al comenzar a llenar esta bolsita ella reclinó el asiento y quedé casi acostada, bien relajada. Luego de eso haciéndole honor a mi profesión llené a la enfermera de preguntas. Toda buena respondió a todas ellas y con toda la buena onda me decía siempre tratamos de que sea una buena experiencia para que quieran volver, también les damos todas las facilidades. Si vuelves a venir yo misma te puedo atender si sientes que te gustó como te atendí, me dijo ella. Deben haber pasado unos veinte minutos cuando la máquina que balancea la sangre, para que no se coagule, paró y listo. Me senté muy lentamente, la enfermera siempre preguntándome cómo me sentía. Pasaron unos minutos me levanté del asiento y cariñosamente se despidió y me hizo pasar al sector donde te dan una colación –ojo con ese detalle, te dan comida gratis ejejeje-. Fui donde unas señoras de delantal rojo que con toda amabilidad me preguntaban si quería leche o jugo y qué tipo de galleta prefería. Escogí un jugo con galletas de vino y me senté en una salita de estar a ver “Charly y la fábrica de chocolates” –la he visto mil veces, pero la amo-. Diez minutos más tarde y sin mayor problema partí rumbo a mi casa. No fue nada tan terrible, pero le confieso que aún me duele la zona donde me pincharon, ya no el brazo, y bueno esa misma zona la tengo bien morá.

pd: De órganos no legalmente, porque la Ley en nuetro país no ayuda en nada si la familia no da el consentimiento. Y siempre les he dicho a mis padres que por favor si me pasa algo grave y ven que no hay vuelta atrás me dejen partitr y regalar vida.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Mi primera vez





Confieso que recién a mis veintidós años con cinco meses y un día… tuve mi primera vez, podrá sacar la cuenta exacta de mi día de cumpleaños. Era una noche de verano como cualquiera, salvo que estábamos en la semana festivalera. Para esa noche, penúltima del Festival de Viña del Mar, se presentaban los artistas: La Noche, Ricardo Arjona –arcadas-, y una tal Fany lu -¿se escribe así?, da igual-. Mi día había sido igual de aburrido que muchos de este verano. Aunque una nueva res social me revolucionó, Twitter. Nunca quise crea una cuenta, pero como caché que era un lugar para “criticar”-pelar, no pude aguantarme las ganas.
Creo que era mi tercera noche comentando lo que pasaba en las noches del festival. Me reía mucho con los comentarios de los twitteros y de pasada nos respondíamos los dichos pesados, porque estoy segura de que si algunas artitas lo hubieran visto se sentirían completamente LOSER. Fue el turno de Arjona ¡Sí!, ese que le canta a la menstruación, al amor, a los encuentro casuales y a las mujeres de las cuatro décadas. Canción que esperaba, no por gusto, si no porque me traía recuerdos de infancia. A eso de los siete u tal vez ocho años se la cantaba a mi abuela, entonces le mandé un mensaje a su celular cantando dicha letra. Terminó la canción, quise aguantar más pero no pude y apagué la TV y también mi notebook.
Estoy en mi pieza, dejo el note sobre su escritorio –estaba viendo el festival en el living-, me pongo el pijama, me voy a lavar los dientes y lista para ir a mi caita. Me acuesto, pienso un par de cosas, mis ojos comienzan a perder fuerzas y lentamente me voy quedando dormida. Entonces no sé cuánto tiempo a pasado y comienza a moverse suavemente…
Desperté, me di un par de vueltas y pensé “ná sólo es un temblor”. La cosa tomo fuerza y mis ojos se abrieron inmensamente. No me gustó nada, así que tomé la decisión de levantarme de mi cama –cosa que no hacía hace diez años en un temblor. Me sentí completamente desconcertada, iba a abrir la puerta de mi dormitorio y entonces miro para el otro, al lado del mío, donde estaban mis dos pequeñas hermanas con mis padres y los miré con una cara de no saber qué diablos hacer. Mi mamá atinó a decirme: “¡Ven para acá! Yo salté a la cama de Victoria, donde estaban los cuatro abrazados. Estábamos los cinco abrazados. En ese minuto el, para mí, temblor había alcanzado una fuerza brutal. Nos dimos cuenta que no nos quedaba más que quedarnos juntos ahí, caminar era imposible.
Mi mamá le pide a Sofía que se corra un poco, ella y mí a papá estaban muy cerca de los ventanales y la Sofí aterrada les grita: ¡No, se va a caer la muralla! Y mi padre se pega el comentario del siglo mientras la Victoria que tiene problemas cardíacos se está alterando, tiene taquicardia. Dice: “No importa hija, estamos los cinco juntos, así que si nos morimos estamos todos juntos”. Entonces mi madre y yo lo retamos, o sea dentro del terremoto una pequeña discusión. Mi madre, con una voz tenue nos dijo que esto era un terremoto. Yo, no entendía nada y de fondo se escucha como se caen y quiebran cosas.
Tomó más energía la cosa, y yo ya no lo podía creer. En ese minuto a través de la cortina se vieron unos chispazos, la verdad unos tremendos cortes de circuito. Se cortó la luz, volvió, más chispazos. Quedamos completamente a oscuras, y para hacer más apocalíptico el relato, escuché los campanazos de la iglesia que se encuentra a un par de cuadras de mi casa. A esas alturas qué pensé… ¡¿Cómo tan largo, cómo tan fuerte?! Mientras, el silencio se había apoderado de todos nosotros y la tierra siguió sacudiéndonos con una fuerza implacable. Ya no sentía miedo, ni adrenalina, ni miedo. Me sentía completamente entregada, de tal forma que pensé y me dije: “bueh’, que sea lo que tenga seeeer”. Nivel de resignación a más no poder. La naturaleza nos golpeó a todos por igual y así se pasaron los dos minutos y medio del terremoto del 27 de febrero del 2010.

pd: Nuevamente sin editar... estoy raja!