jueves, 21 de enero de 2010

A ti.....



No me interesa escribir un texto elaborado, ni lleno de palabras rebuscadas y lindas, no. Sólo quiero transmitir eso que siento bien en el fondo, desde ese lugar que pareciera estar oprimido en el pecho y que ustedes y yo solemos llamarle: alma. Todo lo que se pueda leer, creo que es una de las confesiones más profundas y honestas que he hecho. De esas que son “de adentro”.
Siempre miré desde afuera, a través de la prensa, lo difícil que era despedir a una persona joven. De esa que se dice… tenía toda una vida por delante. Y la verdad, nunca pude llegar a imaginar cuan doloroso puede llegar a ser. Lo veía, constantemente, como algo ajeno a mí, pero te pasó a ti y tocó lo más lo más hondo de mi corazón.
No pretendo darme vueltas preguntándome los por qué y tratar de darme una respuesta sin sentido. Pero Roberto, amigo, déjame decirte que no dejo de pensar que esto fue una terrible injusticia de la vida. Que tal vez su misión era estar con nosotros hasta los 24 años, y deslumbrarnos con lo que él era… no, por favor no me den un argumento barato que no me lo puedo comprar. Esto fue un accidente.
Recuerdo que, una cosa que nunca hacía, te llamé esa semana a tu celular. Específicamente el martes. Estabas triste, habías terminado otra vez con la Vale y por primera vez te dije: “Sabís’ qué, no te voy a decir nada ¿Juntémonos el viernes a tomarnos una chela?, yo te invito”. Y como siempre, tú, prendido dijiste que sí. Aunque se notaba que estabas triste.
Llegó el día viernes y no te llamé. Fui a la feria del libro con un amigo, lo estaba apañando en su reporteo y no supe nada de ti. El domingo a primera hora había despertado de un buen carrete, acostada junto sujeto con el que estaba como “saliendo” –pa’ darle nombre a esas cosas que son todo, pero al final siempre… nada-. Tomé la micro, aún con algo de sueño luego del trasnoche y las copas demás, en ése minuto todo cambió de manera irreversible. Sonó mi celular y mi amiga cecilia me dijo: “Panchi, estás sentada. Es que tengo que decirte algo bien grave. Lo que pasa es que Roberto está mal, tuvo un accidente y es posible que ocurra lo peor”. Quedé desconcertada, de puros nervios me reía. Llegué a mi casa, le conté a mi hermosa vieja y no lo podía creer, menos yo.
El lunes a penas salí de clases fui a visitarte, a preguntar a tu familia cómo estabas. Ahí me topé con Jaime y Pato que venían de regreso a sus casas y en el hospital me encontré con tu “hermano” Alex. Conocí a tus padres, hermana, tíos. A la vale, tu polola de años y la Feña.
Así estuvimos una semana, llamándonos y haciéndote visitas. Hasta que llegó el sábado y empeoraste. Los médicos dijeron que en cualquier minuto nos dejabas y nosotros no habíamos podido verte. Curiosamente ese día ninguno de tus amigos pudimos hacernos presentes, las cosas no se dieron. Entonces con la Cecy nos acordamos juntaros el domingo a las 4:30. Llegamos, no había nada mejor. Queríamos verte. Salimos a quemar un par de cigarros, comprar bebida y distraernos. Entre todo eso debe haber pasado una hora cuando algo nos dijo que debíamos entrar y las caras de desaliento nos comunicaban que las cosas no estaban bien. En eso, recuerdo que tu hermana se nos acercó para contarnos que recién tenías muerte cerebral. Quedamos heladas con la Cecy, y uno de nuestros primero pensamientos fue... nos estabas esperando.
Más tarde llegó la hora de decirte adiós frente a frente, para esa hora, Alex y Jaime ya habían llegado. Entré con Alex. En resumidas cuentas, se derrumbó al verte. Por mi parte en silencio y mientras me corrían las lágrimas por las mejillas sostuve a tu hermano y en silencio, apretando fuertemente mis labios, te lloré. Pocos saben la pena y lo que llegué a sentir por ti en ese momento.
Tu cuerpecito estaba tan distinto, fue chocante, pero tu piel estaba igual de suave que siempre. Todos hablaban de tus moretones, yo casi no los vi. No me importaban. Sólo sé que mientras Alex estaba arrodillado frente a ti, yo cogí tu mano. Estaba tan tibia como ayer, como cuando estabas bien. Y en tu pecho, a pesar de que una máquina te ayudaba, lograba ver como respirabas.
Pero aún te veo bailándome, trabajando juntos, conversando donde el chasca. Haciendo declaraciones por msn y tantas cosas más, pero en silencio… así me mantuve, como tú quisiste, en silencio… hasta hoy, y hasta el último suspiro que diste.


pd: esto no está editado, ni tampoco me interesa hacerlo. Está recién salido del horno. Y bueno hace dos meses, exactamente, te vi partir.